Y por fin lo entendió, ese sentir iba mucho más allá de lo humano, incluso más allá del alma, era algo animal. Sus impulsos, su olor los llevaban a buscarse sin buscarse, atravesando paredes, tiempo y espacios. No era amor, no era pasión, era instinto, el más puro de los instintos.
Y por fin lo entendió para así poder dar fin … para así poder dar paz a su piel y a sus entrañas … para así encontrar la calma en su corazón … Su atadura era su amor incondicional, protector, apasionado … la de él territorial, su amor ardiente, posesivo … Su atracción de esas que hacen que la vida sea vivida, que lo vivido sea intenso, poderoso y destructivo al tiempo … Un amor que todo ser sintiente debería vivir alguna vez, de los que dejan una profunda huella …
Y por fin lo entendió, y por fin dio fin, honró su parte salvaje y también la de él en la despedida, dando gracias por todos los gruñidos y gemidos compartidos, por los latidos … dando gracias por el deseo, por lo frenético y por los suspiros … dando gracias a la vida por ponerlo aquel día en su camino, en sus sentimientos y en su cuerpo, en sus sentidos … por ser parte de su destino …
