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LO SECO… (CAP. 3)

Cuanto me duele lo seco, la sequedad de ánimo, el gesto seco, la mirada seca, vacía, hueca.
Cuanto me duele el abrazo seco, el beso seco, sin ganas… el cariño yermo.
Cuanto me duele la palabra seca… el seco intenso.

Me duele y cada día más, tal vez porque lo voy sintiendo en mi interior como la hiedra que todo lo invade, quizás porque gana terreno a mi alegría que a veces se evapora y otras parece esfumarse.

Me gusta la sequedad del otoño que nos trae primavera, las hojas secas que mueren para renacer en un verde esplendoroso después del frío de febrero.
Me gusta el crujir de la pisada de octubre, el naranja del paisaje en noviembre…

Me duele lo seco en una sonrisa que se apaga y no se abre a la estación de las flores.
Me duele el sentir del corazón seco falto de nutrición y de vida.
Me duele lo seco, la rígidez del ser al que se le escapa el alma entre los dedos… tal vez porque quiero atrapar la mía y siento que se va yendo…

¿Qué seca la vida? La falta de abrazos.
¿Qué seca el ánimo? La falta de besos, la falta de risas, la falta de anhelos.
¿Qué seca la piel? La falta de caricias.
¿Qué seca el corazón? La falta de ternura.
¿Qué seca el alma? La falta de pasión, la falta de aventura, la falta de deseos.

Me duele lo seco, me duele la sequedad del desierto aunque en sí mismo sea bello. A veces me duele el silencio, aunque paradójicamente encuentro el amor dentro.

Me gusta el otoño, pero ese que suena, ese que pasa para dar paso a la brisa primaveral que llega después del invierno.

Foto de Tomas Anunziata en Pexels

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